dejar de ser perezoso estrategias y métodos de procrastinación

Cuando se trata de alcanzar el éxito y cumplir objetivos, la gestión del tiempo es clave. Muchas personas luchan contra la holgazanería o la procrastinación, que son dos comportamientos relacionados pero distintos. Para abordar estos problemas, es importante identificar las causas exactas del comportamiento y por qué se produce.

La diferencia entre la pereza y la dilación

La pereza se refiere a la tendencia de una persona a no querer esforzarse en actividades que le reportarían beneficios a largo plazo, así como a no tener suficiente fuerza de voluntad o motivación para completar las tareas diarias. La procrastinación, por su parte, es un fenómeno más complejo y consiste en posponer las tareas hasta que ya no se pueden evitar. Detrás de este comportamiento puede haber varias razones subyacentes, como problemas de autoestima, miedo al fracaso, falta de confianza en las propias capacidades, perfeccionismo, escasa capacidad de organización y dificultad para gestionar el tiempo de forma eficaz.

En este artículo exploraremos diferentes aspectos de la pereza y la procrastinación: sus posibles causas, los factores psicológicos comunes, las consecuencias si no se controlan y las estrategias para superar tanto los hábitos de pereza como los de procrastinación. Si comprende las diferencias entre estos dos comportamientos y los aborda con medidas eficaces, podrá garantizar una mejora de la productividad y una mayor satisfacción con el trabajo a lo largo del tiempo.

Comprender la diferencia entre pereza y procrastinación es esencial para tomar las medidas necesarias para abordar ambos problemas. Aunque son similares en apariencia, están causados por factores distintos y pueden tener consecuencias diferentes en nuestras vidas si no se abordan. Es importante identificar las causas profundas de cada comportamiento para poder abordarlos con eficacia.

La pereza es un ingrediente secreto del fracaso. Pero sólo se mantiene en secreto para la persona que fracasa.

Robert Half

Por ejemplo, mientras que la pereza puede deberse a un sentimiento interno de apatía o agotamiento, la procrastinación puede deberse a factores externos, como la falta de claridad en torno a objetivos o tareas concretas. Analizar en profundidad cómo se manifiestan estos comportamientos en uno mismo puede ayudar a comprender mejor qué estrategias funcionarían mejor para abordarlos. Saber qué le motiva y qué le provoca sentimientos de inadecuación o miedo también puede ser útil para abordar cualquiera de los dos problemas.

Causas de la pereza y la dilación

Además de los factores biológicos, también intervienen factores culturales y genéticos. Pero, ¿cómo influyen en nuestro comportamiento?

Descubrámoslos uno tras otro.

Factores biológicos

Algunas variables biológicas pueden contribuir a la susceptibilidad de una persona con respecto a la pereza y la procrastinación, como las alteraciones neuroquímicas o los niveles hormonales. Concretamente, estos desequilibrios en el organismo pueden hacer que una persona sea más propensa a ser perezosa o a retrasar las tareas.

Ciertas hormonas, como el cortisol, conocido por su papel en la respuesta al estrés, pueden provocar sentimientos de apatía y desinterés por las actividades. La adrenalina y la dopamina, por otro lado, pueden aumentar los niveles de motivación, pero requieren mayores cantidades de estimulación de lo habitual para que el individuo mantenga la concentración y el interés.

Aparte de las sustancias neuroquímicas, la genética también puede contribuir a la predisposición de un individuo a la pereza o a la procrastinación. Algunos estudios sugieren que determinados genes pueden influir en el comportamiento relacionado con la gestión del tiempo y los niveles de productividad. Por ejemplo, ciertas variantes genéticas se asocian con un mayor riesgo de TDAH, que a menudo se relaciona con dificultades para centrarse en una tarea más que en otra debido a la impulsividad y la hiperactividad.

Las lesiones cerebrales también pueden contribuir a ambos trastornos. Dependiendo de la gravedad de la lesión y de dónde se produzca en el cerebro (es decir, en el lóbulo frontal), las personas pueden encontrarse más distraídas o lentas a la hora de realizar determinadas tareas. Esto puede conducir a una menor motivación, así como a dificultades para mantener la concentración en una sola tarea a pesar de disponer de toda la información necesaria.

Por último, enfermedades como la depresión y la ansiedad también pueden afectar a la capacidad de una persona para gestionar el tiempo con éxito, haciéndola sentir aletargada o abrumada por pensamientos de duda sobre sí misma e inadecuación, lo que la conduce a la apatía o a la dilación a la hora de abordar tareas importantes.

Factores culturales y sociales

Las influencias culturales suelen estar detrás de la inclinación de las personas hacia la pereza o la procrastinación, dependiendo de los valores con los que hayan crecido durante las etapas de desarrollo de la infancia y la adolescencia en particular. Por ejemplo, si a los niños se les reprende mucho por fracasar en las tareas en lugar de elogiarlos por sus éxitos en la escuela o en casa, esto podría alimentar aún más los sentimientos de indignidad o incompetencia, aumentando así la inclinación a evitar las actividades en lugar de intentar resolverlas de forma calculada.

La influencia de nuestros iguales puede ser un factor importante que nos lleve a tomar el camino más fácil en lugar de pasar a la acción. Observar cómo se comportan y actúan los demás, especialmente aquellos cuyas opiniones valoramos mucho, suele reflejarnos; sus hábitos se convierten también en los nuestros. Además, las normas sociales de nuestro grupo de iguales no sólo determinan la dirección que elegimos, sino también la rapidez o lentitud con que esa elección se arraiga en lo que somos.

La presión de los amigos que disfrutan holgazaneando puede animar inadvertidamente a participar en esos mismos hábitos, aunque sean perjudiciales. Esto puede hacer que las personas tomen decisiones que van en contra de su buen juicio y sigan los comportamientos de quienes les rodean únicamente para ser aceptados.

Además, nuestra comprensión de lo que significa tener éxito o fracasar está muy influida por la presión social. Esto puede fomentar una aversión hacia las tareas difíciles, ya que las personas temen ser juzgadas duramente si los resultados no cumplen sus propias expectativas (o las impuestas por la sociedad). Dependiendo de cómo se mire, el resultado puede ser muy distinto.

Predisposiciones genéticas

Estudios recientes han señalado que algunas personas pueden estar genéticamente predispuestas a un comportamiento perezoso o a tendencias procrastinadoras en función de determinadas variantes genéticas que existen en la composición corporal de cada persona.

Dichas variantes pueden incluir variaciones observadas en las vías dopaminérgicas (es decir, DRD4) que ayudan a regular internamente diversos grados de respuestas de expectativa/búsqueda de recompensa dentro de uno mismo, lo que afecta al comportamiento externo en función de las interpretaciones internas realizadas sobre situaciones consideradas incómodas pero, no obstante, potencialmente beneficiosas a largo plazo.

La investigación ha descubierto que algunos individuos poseen una composición genética que les hace propensos a la pereza cuando sus reservas de energía bajan demasiado, incluso si tienen objetivos claros y alcanzables por delante. Esta falta de motivación suele alejar a las personas de las ventajas a largo plazo que podrían obtener si se esforzaran por alcanzar esos objetivos.

Factores psicológicos comunes detrás de ambos comportamientos

Los factores psicológicos influyen mucho en la probabilidad de que alguien sea indolente o procrastine. El miedo al fracaso, la disminución de la autoestima o de la seguridad en uno mismo y una organización deficiente pueden llevar a las personas por caminos que presionan hacia uno u otro comportamiento como forma de esquivar situaciones desagradables.

El miedo al fracaso es algo que muchas personas experimentan a la hora de enfrentarse a cualquier tipo de tarea, especialmente aquellas a las que no están acostumbradas o que no les gusta realizar. Este miedo puede conducir a sentimientos de letargo, apatía y falta de voluntad para emprender cualquier cosa que se considere difícil o asociada a consecuencias negativas si no se tiene éxito. Como tal, puede llevar a la persona a la pereza para evitar enfrentarse a la tarea, en lugar de gastar energía en cosas que requieren el mínimo esfuerzo o compromiso, ya sea de forma deliberada o involuntaria.

La baja autoestima o la falta de confianza en uno mismo también influyen mucho en que una persona sea perezosa o procrastine, dependiendo de cómo interprete internamente sus propias capacidades y competencias. Por ejemplo, sentirse indigno (es decir, "¿Para qué me voy a molestar en esforzarme si voy a fracasar de todos modos?") o inadecuado (es decir, "¿Y si cometo un error y todo el mundo se da cuenta?") puede llevar a una persona a sentirse abrumada, lo que la lleva a evitar por completo comprometerse, lo que refuerza aún más estos patrones de pensamiento no útiles con el tiempo, a medida que el hábito se arraiga más profundamente en los patrones de comportamiento de la persona.

Una mala capacidad de organización tiende a llevar a las personas por caminos que fomentan ambos comportamientos, ya que tienen dificultades para mantener la concentración en las tareas que tienen entre manos debido a diversos elementos externos que les distraen de los objetivos clave.

Una mala planificación también tiende a crear el caos en los entornos de trabajo, lo que hace más difícil mantener el compromiso y la constancia durante largos periodos de tiempo, debido a que hay demasiadas cosas a la vez en lugar de hacerlas paso a paso tras los hitos fijados inicialmente antes de empezar con algo nuevo.

El perfeccionismo también puede ser un factor que contribuya a ello, especialmente en el caso de los procrastinadores que quieren que todo esté perfectamente hecho antes de empezar cualquier otra cosa, incluso si los procesos implicados requieren la delegación entre miembros del personal de apoyo disponibles a través de puntos de apalancamiento (por ejemplo, subcontratación). En la mayoría de los casos, esta actitud lleva a retrasar el progreso hasta el último minuto, ya que cada elemento requiere una comprobación triple, al tiempo que lleva a las personas a sentirse obligadas a comprometer los estándares de calidad establecidos por ellos mismos/otros antes de los plazos del proyecto (lo que da lugar a resultados imprecisos en general debido a que se hacen demasiados retoques).

Por último, las prácticas deficientes de gestión del tiempo, como la elaboración de plazos alcanzables y la personalización de los flujos de trabajo, pueden ser un factor que contribuya a cualquiera de los dos comportamientos mencionados, ya que a las personas les resulta difícil determinar lo que hay que hacer y para cuándo sin tener un calendario explícito presentado al principio del proceso. Esto les ayudará a completarlo con éxito a su debido tiempo.

Consecuencias de la procrastinación frente a la pereza

La procrastinación y la pereza suelen tener las mismas consecuencias, tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo, no abordar la procrastinación o la pereza puede causar frustración y estrés. Las personas pueden experimentar ansiedad o pánico porque las tareas se quedan sin hacer, se incumplen los plazos y se dejan sin alcanzar objetivos importantes. Esto puede llevar a una disminución de la productividad, falta de motivación, bajo rendimiento en los exámenes o en el trabajo, sentirse mal con uno mismo y tener dificultades para alcanzar objetivos futuros.

Además de los efectos a corto plazo, no tomar medidas significativas puede acarrear complicaciones a largo plazo, como poner en riesgo la propia carrera profesional al incumplir plazos clave o no completar las tareas con excelencia; esto podría ser especialmente perjudicial para aquellos cuyos trabajos exigen precisión, como los investigadores científicos o los ingenieros.

Perder oportunidades por sacar malas notas en la escuela a causa de la desidia también puede impedir el progreso educativo de los niños a largo plazo. No conseguir el trabajo de sus sueños como resultado de una actitud displicente también puede impedir que las personas alcancen todo su potencial.

Además, si no trabaja para desarrollar sus habilidades y mantenerse al nivel de la competencia, puede acabar ganando menos dinero del que podría haber conseguido. En consecuencia, con el tiempo esto provocará una creciente decepción profesional.

Si no se controla, puede desarrollarse un ciclo de desánimo cuando las personas no abordan adecuadamente su procrastinación. Si fracasa una vez más, es menos probable que vuelva a intentarlo, lo que le desanimará aún más y reforzará los mismos patrones identificados inicialmente.

Estos ciclos pueden dificultar la liberación, lo que aleja a las personas de sus objetivos cada día que pasa. En consecuencia, después de haber trabajado con dedicación para alcanzarlos desde que se imaginaron por primera vez en un estado de ánimo esperanzador, los objetivos deseados se vuelven casi inalcanzables.

Superar los hábitos de pereza y dilación

Para vencer la pereza y la procrastinación, se pueden poner en práctica diversas tácticas. En términos generales, los enfoques más acertados son los que implican la formulación de un conjunto explícito de objetivos acompañados de expectativas prácticas y metas alcanzables. En definitiva, establecer objetivos a corto y largo plazo es esencial para vencer la apatía o el aplazamiento y conseguir avanzar en las tareas.

Para empezar, una persona debe elaborar un plan de acción que describa lo que quiere conseguir y cómo va a alcanzar sus objetivos. Esto se puede hacer dividiendo los proyectos grandes en partes más manejables, esbozando actividades con plazos específicos (diarios/semanales/mensuales), así como creando listas de control detalladas para cada tarea que contengan toda la información necesaria. pasos necesarios para el éxito.

Este tipo de estrategias pueden hacer que las tareas más abrumadoras parezcan alcanzables, ayudando a eliminar los posibles obstáculos que podrían interponerse entre el inicio y la finalización de una tarea con éxito.

Además, los niveles de motivación tienden a dispararse cuando se incluyen recompensas como incentivos. Por ejemplo, si el objetivo es completar un proyecto en una fecha determinada, recompensarse a uno mismo tras completar las tareas dentro del plazo asignado (como hacer pequeños descansos a lo largo del día o darse un pequeño capricho) crea un refuerzo positivo para seguir siendo productivo hasta completar dicho objetivo.

Igual de importantes son las medidas adoptadas para mejorar la concentración, tanto a nivel interno (evitando las distracciones, como navegar demasiado por Internet) como externo (reduciendo los sonidos de fuentes externas).

Al reducir las distracciones, tenemos más oportunidades de concentrar nuestra energía mental en una sola tarea. Esto puede desbloquear niveles más altos de creatividad e innovación y ayudarnos a resistir el impulso de abandonar demasiado pronto cuando nos enfrentamos a tareas difíciles.

En esencia, superar la procrastinación y luchar contra la pereza se reduce a minimizar la sensación de agobio estableciendo objetivos alcanzables en lugar de expectativas poco realistas. Además, ofrecer recompensas si se completan con éxito y buscar formas de aprovechar tus capacidades cognitivas mientras realizas tareas importantes fuera de tu zona de confort puede promover un estilo de vida más productivo.

Observaciones finales

En última instancia, ponerse manos a la obra para combatir tanto la procrastinación como la pereza conlleva una serie de beneficios. No sólo ayuda a mejorar la productividad y los niveles de concentración, sino que también fomenta el desarrollo de mejores hábitos de trabajo y una actitud más positiva hacia la consecución de tareas u objetivos futuros.

Es fundamental disponer de un plan con objetivos claros, listas de control detalladas y metas alcanzables. Esto ayuda a que las tareas parezcan mucho más manejables de lo que parecen en un principio, lo que permite centrarse más, mejorar la productividad y aumentar los niveles de motivación.

Además, reforzar estos comportamientos positivos proporcionando recompensas e incentivos a lo largo del camino ayuda a crear hábitos a largo plazo que conducen a romper los ciclos que giran en torno a la apatía y la evasión. Por ejemplo, después de completar una tarea en el tiempo previsto, tomarse descansos durante el día o darse un pequeño capricho pueden actuar como recompensas tangibles para mantener la motivación y la productividad también durante periodos prolongados.

Por último, abordar las fuentes externas de distracción, así como las internas, como la navegación excesiva por Internet, puede ser clave para desbloquear mayores grados de creatividad e innovación que, de otro modo, no podrían alcanzarse sin aplicar las medidas adoptadas para reducir el ruido procedente de fuentes externas.

Utilizando los métodos descritos anteriormente y otros, las personas pueden vencer los obstáculos mentales que suponen la procrastinación y la pereza. Esto, a su vez, les ayudará a lograr un mayor éxito tanto en su vida personal como en su carrera profesional, así como a aumentar la satisfacción vital en cada paso del camino.

¿Tiene alguna historia que contar? ¿Qué retos de productividad has superado o con cuáles sigues luchando? Háznoslo saber en los comentarios.

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